La niña del sepulcro y el poeta

La niña del sepulcro y el poeta

A lo largo de la existencia del hombre, es algo que siempre ha estado presente, desde el punto de vista filosófico, con la necesidad de explicarnos a donde vamos tras la muerte, o vivir con la esperanza de que después de nuestro paso por esta vida, hay otro mundo.

Yo personalmente tengo mi particular visión, simplemente entre el milagro o la ciencia, la creencia o el dogmatismo, son dos formas de ver el tema que cada día están separadas por franjas más estrechas.

De este modo me gusta comparar este mundo paranormal, con el descubrimiento  por parte del hombre  de la electricidad, en un principio temida, incontrolada y hoy en día solo escasos tres siglos después de que Flanklin, hizo sus primeros experimentos con los rayos, es algo que sabemos controlar, manejar y estrujar hasta límites impensables y que a cada segundo evoluciona, sorprendiéndonos en todos y cada uno de los ámbitos de nuestra vida, ya sea en lo profesional, el ocio, o incluso en el confort de nuestros propios hogares.

Creo con toda naturalidad, que a lo largo de los años nos han llegado signos inequívocos que hay vida detrás de esta, que en muchos casos, gente que ya no esta en nuestro plano temporal, se ha manifestado y que incluso en alguno de los caos ha conseguido comunicarse con alguien de nuestro mundo.

¿Ocurrirá con esto, lo mismo que con la electricidad?

¿Llegará el momento en que podamos conectar con nuestros seres queridos después de haber dejado este mundo?

Yo estoy convencido de ellos, para entonces ya no pervivirán solo en nuestro pensamiento y sobre todo en nuestro corazón, para entonces formarán parte de nuestro mundo, de nuestras vidas, incluso después de haber dejado de estar en ella de forma presente.

Hasta ahora, hay mucha literatura, muchos programas de televisión y radio, artículos en prensa, que de manera esporádica se han hecho eco de contactos de este tipo, de como seres que dejaron este mundo, se han puesto en contacto con otros, que aún están aquí, y de esto es de lo que os quiero hablar hoy.

Esta historia llegó a mis oídos por terceros, pero me pareció tan limpia, tan fresca, tan natural, que no tarde en recomponerla en mi mente y compartirla con vosotros.

Bien es cierto que no todo el mundo es capaz de captar esto. En la gran mayoría de los casos, según dicen, vivimos y compartimos espacio con seres que están en otro plano, pasean junto a nosotros por la calle, están presentes en nuestras vidas, pero son invisibles, silenciosos, para todos…, para todos, salvo para esas personas que tienen el don, para esas personas capaces de verlos, incluso de comunicarse con ellos, personas sensibles, con otras capacidades diferentes, personas sensoriales psíquicamente.

Rodrigo era un joven, que estaba en ese comienzo de lucha en esta vida, sus comienzos en el mundo laboral, pese a su gran preparación fueron complicados, de siempre fue un niño inquieto, de joven con grandes inquietudes y siempre muy exigente y perfeccionista.

A todo esto, añadido un sentido práctico, con grandes deseos de ser autónomo económicamente, para así poder llevar con tranquilidad el tipo de vida que le gustaba, y así ser consecuente con su propia filosofía vital.

Así fue como Rodrigo entro a formar parte del servicio de limpieza de parques y jardines del ayuntamiento, y por ser el último en entrar en plantilla, automáticamente le adjudicaron el camposanto.

Entre las inquietudes de nuestro protagonista estaba la de juntar letras y sobre todo componer poemas, pero…, no, no era un poeta al uso, era un poeta, que bebía de las fuentes clásicas, de Poe, Bécquer, Lovecraft, un poeta negro, romántico, un junta letras apegado al lado más oscura de la existencia y para él, esto de pasarse horas en el cementerio, lejos de crearle malestar, le hacia estar satisfecho, ensimismado en sus pensamientos y filosofando constantemente con la vida y la muerte, tema que de alguna manera le producía mucha inquietud y cierto gozo.

Los primeros días, centrado en su trabajo, lo hizo de una manera automática, sin prestar demasiada atención al entorno, a los habitantes de ese espacio, algunos desde muchas décadas atrás.

Pasado este periodo, Rodrigo comenzó a verlo todo con otra mirada, en cada momento trataba de imaginarse ¿quién se hallaba allí?, ¿qué tipo de vida habrían llevado?, ¿a que habrían renunciado aquí?, ¿Qué motivos podrían tener para mantenerse en contacto con la gente que habían dejado aquí?

Días después, tropezó con una sepultura abandonada, sucia, un sepulcro que llevaba años sin cuidados de ningún tipo. Se acercó a curiosear, sobre la fría y descuidada piedra, a mano y con pintura apenas se podía leer un nombre Blanca y después año de nacimiento y de defunción.

La niña vivió escasamente trece años a mediados del siglo pasado y esto removió la imaginación del poeta.

Durante unos días el joven, prestaba especial atención a esa sepultura, al segundo día la limpió con esmero, después trataba de estar allí un rato, pensando en la joven, en su vida, en la causa de su muerte, en su abandono.

Un par de semanas después se sentó sobre la lápida para comer su bocadillo y así poder compartir más tiempo con ella, esto se fue convirtiendo en una rutina, casi en una obsesión, hasta llegar a escribirla una poesía, a mantener largas charlas con ella, tratando de buscar respuestas, tratando de formar parte de la vida de la niña, que abandonó este mundo casi siete décadas atrás.

A veces Rodrigo hacía su trabajo a gran velocidad con la ilusión de alargar unos minutos más su estancia al lado de esta sepultura, a veces incluso antes de comenzar la jornada se acercaba a la sepultura y mascullaba alguna frase a modo de saludo.

En aquel verano fueron muchas horas compartidas, horas de largos diálogos, que eran simples monólogos.

En esta historia, como en todas ellas hay un punto de inflexión, un punto en el que se traspasan ciertos límites y la historia cambia de manera radical. Así ocurrió con la sepultura de la niña y una noche… El poeta sin poder dormir tomó una determinación, fue algo que en un momento anterior, en ese duermevela le fue revelado y de este modo, saltó de la cama, decidido a llevar a cabo ese plan revelado instantes antes.

 

Rodrigo saltó de la cama, se vistió con esos viejos pantalones de chándal, una camiseta que la sentía como su segunda piel y calzándose las usadas zapatillas salió a la calle.

El trayecto hasta el camposanto lo hizo sin fijarse por donde iba, se sentía como un autómata, como un ser inanimado que lo único que hacía era obedecer una voz interna que le mandaba y le dirigía.

Cuando se quiso dar cuenta Rodrigo, se encontraba antes la gran puerta de hierro del cementerio, a su alrededor el alto muro de obra.

Contempló por unos segundos la situación, miró alrededor, nadie era espectador involuntario de lo haría a continuación.

Se aferró al frio hierro de la puerta, elevó su pierna derecha y la coloco sobre un soporte a mas de medio de altura, después hizo lo mismo con el izquierdo, cuando estaba a punto de alcanzar la cima, un ruido llamó su atención, acopló su cuerpo a la verja y vio como un coche pasaba a toda velocidad, sin siquiera prestarle atención.

Comenzó el descenso por el otro lado de la puerta, con el ritmo de su corazón alterado, pero nada más poner el pie en tierra, una especie de alegría interior le hizo caminar a un paso algo superior en velocidad al suyo, iba contento, alegre, como si de una cita de amor realmente se tratara. Para él era así, iba a reunirse en una cita inesperada, una cita casi de adolescente, pues, aunque él había cumplido recientemente la veintena, se sentía como un niño que acude por primera vez a una cita, nunca mejor dicho que esta ocasión, a una cita a ciegas.

Siguió el largo y estrecho paseo bordeado de cipreses, que llevaba al patio donde las sepulturas mas antiguas se hallaban, la luna como una especie de foco mágico, iluminaba el recinto y especialmente, enfocaba la vieja sepultura de la niña.

Llego a los pies de esta, nervioso, inquieto, deposito la rosa que había sustraído de uno de los parterres por los que había pasado y se sentó a los pies de esta. Por unos momentos permaneció en silencio, allí solo en la tranquilidad de la noche, envuelto en ese silencio que en estos lugares puede llegar a ser atronador.

Un ruido cercano llamó su atención, hasta ese momento no fue consciente de que se encontraba al filo de la media noche, solo, encerrado en un camposanto, pero lejos de sentir temor, acompañado de los muertos, sintió tranquilidad.

Por unos minutos, sintió lo que es el verdadero silencio, en su interior una paz infinita, en su corazón una alteración desconocida. ¿era eso las famosas mariposillas?

Cerró los ojos en un intento de grabar en su mente ese momento, al abrirlos, allí a su lado una presencia, en un principio era algo casi etéreo, sin forma una pequeña masa gaseosa.

Rodrigo se restregó los ojos, cuando volvió a mirar, aquello que era fútil pocos segundos antes, había adquirido un aspecto corpóreo, animado.

Lejos de sobresaltarse, la miró fijamente, ella le devolvió la mirada envuelta en una sonrisa, él busco su mano con la suya, hasta depositarla encima. Era una mano cálida, sentía su suave tacto, pero por más que lo intentaba, no podía aferrarse a ella.

—Hace noches que te espero —inicio la conversación ella.

Su voz era tenue, pero firme y aterciopelada, cargada de fuerza, cantarina, pero sin estridencias.

—¿Noches esperándome? —repitió él fijándose en su atuendo.

Llevaba un vestido negro de terciopelos, con ribetes en blanco, el pelo recogido en una cola de caballo, en las mangas una larga tira bordada, que cubría sus muñecas y acariciaba sus manos.

El joven obnubilado con la joven, la observaba atónito, incapaz de decir palabra alguna, solo mirándola, se sentía feliz.

—Callado andas de noche, cuando el día te convierte en singular parlanchín.

—¿Escuchas cuando hablo?

—No, soy una chica educada y solo escucho, cuando me hablas.

El joven miró con esa cara limpia que solo tienen aquellos que están enamorados, aquellos tocados por el amor, por ese amor limpio, ese amor platónico, ese amor imposible, que toca corazón y alma, pero tan ajeno está a lo corporal.

Ella le dedicó la mejor de sus sonrisas y puso su otra mano encima de la que a la vez el joven, tenía sobre la suya.

—Nunca nadie en vida me había dedicado tanta atención.

—¿En tu vida? —se le escapó al joven Rodrigo.

Blanca distraídamente miró las fechas marcadas sobre la fría lápida 1940-1953, fechas que marcaban su efímera existencia en este mundo.

—No te puedes imaginar lo distinto que es esto, todos alguna vez en vida hemos realizado cábalas sobre lo que hay después, pero…

El joven la miró a los ojos, ella hizo un prolongado silencio antes de proseguir.

—La vida no empieza y acaba como todos pensamos, la vida son etapas y la terrenal solo es el comienzo.

Rodrigo se llevó la mano libre a los labios, solicitando silencio, quería ignorarlo todo, disfrutar de su compañía, de sus manos entrelazadas, contemplando la luna llena que iluminaba la noche.

Pero Blanca…, Blanca necesita responder a ese soliloquio que Rodrigo llevaba haciendo desde hacía semanas, necesitaba convertir esos monólogos en diálogos, darle las respuestas que requería, responder a todos y cada uno de sus interrogantes.

—Lo mio fue un drama familiar, caí enferma y todo fue muy deprisa, fue una enfermedad fulminante, aunque se tratara de una simple gripe.

Simplemente me apagué en dos semanas, como una lamparilla, en casa siendo hija única el dolor y la tristeza lo cubrió todo.

Mis padres no fueron capaces de afrontar la vida sin mi, y solo unas semanas después, antes de poder rematar la sepultura con la grafía que ellos deseaban, murieron en un trágico accidente de coche en el extranjero.

Papá no estaba en condiciones para conducir, mamá lo sabía y no quiso dejarle solo.

Mi tio Carlos, el heredero legítimo y con el que no teníamos trato alguno, se encargo de cometer la mayor felonía posible, dejarlos enterrados allí a miles de kilómetros y lo que es peor dejándome a mí aquí, sola, sin nadie que me acompañara, sin nadie que cuidará de mí, que me visitara. El tio Carlos ha aparecido ni una sola vez por aquí.

Cuando apareciste tú por primera vez y te fijaste en la fría sepultura…

El joven la miró con ojos tiernos y sonrió.

—No se muy bien que llamó más mi atención, creo que fue todo, el abandono, tu edad, y un sentimiento desconocido se apoderó de mí.

—¿Por qué has tardado tanto en acudir a mi llamada?

—Te he visitado a diario, he hablado contigo cada día durante las dos últimas semanas.

—El día no es propicio para mí, esto solo es posible durante la noche…

—De haberlo sabido, hubiera venido antes —dijo Rodrigo fijando la vista en los ojos de ella.

Blanca le devolvió una tierna mirada.

—Lo sé, a veces no es fácil llamar la atención desde mi mundo.

—Pero tú lo has conseguido, estoy aquí.

La joven se puso en pie, e invitó a Rodrigo a acompañarla y juntos pasearon hasta el alba por cada uno de los paseos y rincones del camposanto.

Así cada noche de luna llena, Rodrigo acudía a su cita, ella a veces le sorprendía tras la tapia, detrás de algún abeto, tras la primera sepultura del camposanto.

El lejos de asustarse la sonreía, jugaban al corre que te pillo, reían como enamorados.

El poeta la hizo llorar la primera vez, que una poesía la recitaba. La había escrito tras su primera cita.

Al ver sus lágrimas correr

por sus mejillas sonrojadas,

Rodrigo con su dedo deseo quitarlas,

entonces no solo sintió su piel aterciopelada,

sintió su calor, su temblor

y al fin pudo abrazarla.

Por primera vez sintió su cuerpo corpóreo,

su cintura bien marcada

y depositando sus labios sobre los de ella,

bien supo que era muy apasionada.

 

Esa noche Rodrigo despertó sofocado. Era frio invierno, y despertó en sudor empapado. Había soñado con la chica del cementerio, fue un sueño o tal vez…

Rodrigo a la mañana siguiente, se levantó ilusionado. Había sido tan real, aun sentía el sabor de sus labios.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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