CUENTO DE NAVIDAD 2014

CUENTO DE NAVIDAD 2014

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Después de un otoño cálido, con los primeros días de diciembre  llegó el frio, era un gélido final de estación, pero con alguna prenda  más de abrigo  y gracias  a  que  por las noches dormían todos juntos,  cuerpo, junto a cuerpo para retroalimentarse  y compartir el propio calor  que  ellos mismos desprendían,  para poder dormir de manera  más confortable.

El peso de la ropa  sobre ellos, era casi  insoportable, varias capas, pero de una calidad  tan  ínfima,  que  daban  poco calor  y  mucho peso,  pero al menos de esta manera  las noches se hacía  más llevaderas.

Las frías mañanas,  los niños se  despertaban con el olor a café que en  la cocina  ya  había preparado su madre, Ramón su  padre, se encargaba de  cebar  y  prender la vieja placa de leña, recogida  en la chatarra  y  con mezclas de  desechos,  algunos papeles  y pequeñas tablas  y trozos de leña,  era el  único elemento en la casa capaz de darles calor ,  cuando los levantaban,  para  ir al colegio.

Todas las jornadas de lunes a viernes eran  igual,  un tazón de  café  aguado, manchado con algo de leche  y restos del pan duro sobrante de días anteriores en  la casa de alguno de los vecinos,  luego  larga caminata  hasta la escuela

Los tres  niños, se los veía  llegar correteando  a  las primeras casas del pueblo,  llenos de energía,  con  toda la alegría  que la falta de  años  y responsabilidad, solo hace posible.

En el colegio, tan solo algunos estirados les hacían el vacío, eran niños risueños, simpáticos  y sociables  y  la pequeña  Lucía era ejemplo  a seguir  para  sus compañeros  y  modelo marcado  muchas  veces  por los maestros  para el resto de la clase.

Vestían  con ropa  modesta,  a veces raída,  pero  limpia  como ninguna, los servicios sociales de la ciudad próxima,  se la suministraban   y  con  la  onda consumista de los años previos a la crisis, apenas se diferenciaba de  la que llevaban el resto de sus  compañeros, salvo en tal  vez la abundancia de capas  que los pequeños llevaban,  acostumbrados al frio que pasaban en su casa  y en el trayecto a  la escuela.

Cuando  se cerraba  la puerta del aula  y antes de sentarse en sus pupitres,  se despojaban ceremoniosamente de   ellas.

Otros compañeros también venían de lejos, también  eran sometidos  a las mismas inclemencias del tiempo,  pero sus madres   los vestían  con prendas térmicas, que suprimían las múltiples capas  que ellos  necesitaban ponerse encima  para  evitar  el insufrible frio.

Lucía era siempre la primera en ofrecerse voluntaria para cualquier tarea, salía  al encerado,  o  se encargaba  de  hacer cualquier recado que  la maestra  la encomendara, esto  la hacía junto a sus hermanos ser  muy queridos en el pueblo, pero en el fondo  y gracias a  todos los esfuerzos de sus padres  para  que no se diferenciaran  mucho de sus compañeros, todos  eran  absolutamente ajenos a  la  precaria situación en la que vivían, a  la decadencia  en  la que la familia  había caído,  la crisis   había dejado  sin trabajo a su padre,  las ayudas del desempleo  ya se habían agotado  y  a Joaquina, su madre,  cada vez  la reclamaban  menos para limpiar  casas, que era  otro de los puntales de la economía familiar.

El invierno se había  echado encima,  las pocas  horas de luz,  la escasez de  horas de sol, cuando  no estaba nublado  y  la falta de dinero  para luz   y sobre todo  para calefacción, había  hecho del hogar de los pequeños,  una casa de campo, desvencijada   y con humedades  por todos sitios   una casa triste.

Quina al principio del otoño, coincidiendo    que estaba en el pueblo a  la salida del colegio, se inventó un juego de camino a casa  y así estableció  un  concurso  para premiarlos en Navidad.

Mientras recorrían  el trayecto de vuelta a casa  recogían  leña caída de los árboles, restos de tablas  y así, cada día llegaban a casa  con  un pequeño hatillo  que daba   para  alargar  las horas de funcionamiento de  la estufa  hasta prácticamente  la hora de irse a dormir.

En un desvencijado corcho a modo de tablón de anuncios estaba el ranking  y a la derecha  los tres  premios, lo tres regalos, que serían  seleccionados  por orden de ganador de manera  que todos tendrían su premio, que ninguno de ellos  pasaría  las navidades sin su regalo.

A veces  Lucía  antes de llegar al colegio,  miraba  entusiasmada  los escaparates  de la calle principal, en ellos observaban  las cosa   inasequibles  para ellos,  pero  que  convencida  que la vida  la tenía   un destino especial, sabía   que  antes  o después  podría disfrutar de ellos.

El día antes de Nochebuena  la maestra  pidió a todos los niños  que hicieran  una redacción,  que pusieran en esa  carta, con toda la ilusión de sus  infantiles mentes lo que les gustaría de regalo de Navidad.

Esa  noche Lucía tuvo  un sueño, un sueño  tan real, tan real, que cuando su madre  la despertó  a  media mañana junto a sus  hermanos, le pareció, verla tan guapa, que pensaba que  aún seguía  en soñando.

En la mesa de la cocina manjares desconocidos,  dulces  de esos  que   había observado de manera obsesionada en  los escaparates de  la  confitería  y  sobre   la vieja placa de leña  sobre  la que su madre cocinaba una gran fuente de macarrones.

Al lado de la ventana, su  padre, con  manos nerviosas  leía    la redacción que la maestra  junto algunos padres de otros  niños  habían traído  por la mañana junto  a todos estos manjares,  con voz temblorosa,  leía  las frase una  y otra vez, mientras las   lágrimas  resbalaban por sus mejillas.

“En casa  no necesitamos de nada,  tanto mis hermanitos como yo, tenemos todo lo que necesitamos, somos unos niños muy  queridos  y si algo  me gustaría  sobre todo para  ellos en estos días  de Navidad es un gran plato de  macarrones”

Son tiempos difíciles,  pero   desde ese momento, en casa de Lucía además del amor, nunca falto ese plato de  macarrones que la pequeña Lucía  había  pedido  como regalo de Navidad  para sus hermanos

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